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Vida de Fray Junípero. Capítulo III

Cómo por artificio del demonio fue condenado a la horca fray Junípero

Quiso una vez el demonio mover escándalo y persecución contra fray Junípero, y se fue a un cruelísimo tirano, llamado Nicolás, que a la sazón estaba en guerra con la ciudad de Viterbo, y le dijo:
-- Señor, guarda bien tu castillo, porque ha de llegar aquí muy pronto un gran traidor, mandado por los de Viterbo para matarte y prenderle fuego. En prueba de ello te doy estas señas: viene como un pobrecillo, con los vestidos del todo rotos y remendados, y la capucha rasgada y vuelta hacia la espalda; trae una lezna para matarte y un eslabón para poner fuego al castillo. Si no resulta verdad, dame el castigo que quieras.


Palideció a estas palabras el tirano Nicolás y se llenó de estupor y miedo, porque le pareció persona de importancia la que le avisaba. Dio orden para que las guardias se hiciesen con diligencia, y que si llegaba un hombre con las señas dichas se lo presentasen inmediatamente.

En esto venía fray Junípero sin compañero, pues por su mucha virtud tenía licencia para andar y estar solo, según le pareciese. Unos jovenzuelos que le encontraron le hicieron muchas burlas y desprecios, pero, bien lejos de turbarse, él mismo los inducía a que le hiciesen mayores afrentas. De esta suerte llegó a la puerta del castillo, y viéndole los guardias tan astroso, en traje estrecho, todo rasgado, pues me parece que en el camino el hábito lo había dado en parte a los pobres por amor de Dios, como ya no tenía apariencia de fraile Menor, y las señas dadas recaían manifiestamente en él, le llevaron con furor a la presencia del tirano Nicolás.

Registráronle los criados, por ver si traía armas ofensivas, y le encontraron en la manga una lezna, con que cosía las suelas, y un eslabón para encender fuego, porque, cuando hacía buen tiempo, muchas veces habitaba en bosques y desiertos.

Al ver Nicolás las señas que le había dado el demonio, mandó que le agarrotasen la cabeza, y lo hicieron con tanta crueldad, que la cuerda se le entraba en la carne. Después le aplicó el tormento de la cuerda, haciéndole estirar y torturar los brazos y descoyuntar todo el cuerpo, sin ninguna compasión. Preguntado fray Junípero quién era, respondió:
-- Soy un grandísimo pecador.
Preguntado si quería entregar el castillo a los de Viterbo, dijo:
-- Soy un pésimo traidor, indigno de todo bien.
Preguntándole si intentaba matar con aquella lezna a Nicolás e incendiar el castillo, contestó:
-- Muchos mayores y peores males haría, si Dios me lo permitiese.

Arrebatado Nicolás de la ira, no quiso hacer más indagaciones, y sin la menor dilación condenó con furor a fray Junípero como traidor y homicida, y le sentenció a ser atado a la cola de un caballo, arrastrado por tierra hasta el patíbulo y ahorcado inmediatamente.

A todo esto, fray Junípero ni se excusaba, ni mostraba la menor tristeza, antes bien, como quien por amor de Dios se consuela con las tribulaciones, estaba muy alegre y satisfecho.

En cumplimiento de la orden del tirano, ataron a fray Junípero por los pies a la cola de un caballo y le llevaron a rastras; él no se quejaba ni se dolía, e iba con mucha humildad, como cordero manso llevado al matadero. A este espectáculo y repentina ejecución corrió todo el pueblo para ver cómo le ajusticiaban con tal precipitación y crueldad, y nadie le conocía. Pero quiso Dios que un buen hombre, que había visto prender a fray Junípero y veía que en seguida le ajusticiaban, corrió al convento de los frailes Menores para decirles:
-- Os ruego por Dios que vengáis presto, porque prendieron atropelladamente a un pobrecillo y le condenaron y llevan a la muerte; venid para que pueda, al menos, entregar el alma en vuestras manos, que me parece una buena persona y no tuvo tiempo para confesarse; le llevan a la horca y no parece que se cuide de la muerte ni de la salvación de su alma; venid pronto.
El Guardián, como hombre piadoso, acudió inmediatamente a procurar la salvación de aquella alma, y cuando llegó se había aglomerado tanta gente para ver la ejecución, que le fue imposible acercarse y tuvo que detenerse y esperar coyuntura favorable. En esto oyó una voz de entre la gente que decía:
-- No hagáis eso, infelices, no hagáis eso; que me hacéis daño en las piernas.
Al punto sospechó el Guardián si sería aquél fray Junípero, y metiéndose con fervor y resolución por entre la gente, apartó el lienzo que le cubría el rostro, y vio que, efectivamente, era fray Junípero. Por compasión, quiso quitarse el hábito para vestírselo a fray Junípero, pero éste le dijo con alegre semblante y casi riendo:
-- No, P. Guardián, que estás grueso y parecería mal tu desnudez; no quiero.
Entonces el Guardián, con grande llanto, pidió a los ejecutores y a todo el pueblo que, por piedad, esperasen un poco, mientras él iba a interceder con el tirano Nicolás y pedirle por gracia la vida de fray Junípero. Consintieron los verdugos y varios circunstantes, creyendo que sería pariente suyo, y el piadoso y devoto Guardián se fue al tirano Nicolás y le dijo con amargo llanto:
-- Señor, yo no sabré decirte el asombro y amargura en que me veo, porque me parece que se ha cometido hoy en esta tierra el mayor mal y más grande pecado que jamás se ha hecho en los tiempos de nuestros antepasados, y creo que se hizo por ignorancia.
Nicolás escuchó pacientemente al Guardián y le preguntó:
-- ¿Cuál es el pecado y el mal que se ha cometido hoy en esta tierra?
-- Que has condenado -dijo el Guardián- a cruel suplicio, y creo de cierto que sin razón, a uno de los más santos frailes que tiene hoy la Orden de San Francisco, de la que eres singularmente devoto.
-- Dime, Guardián -preguntó Nicolás-. ¿Quién es ése? Acaso por no conocerlo he cometido grande yerro.
-- El que has condenado a muerte es fray Junípero, compañero de San Francisco -contestó el Guardián.

Quedó estupefacto el tirano Nicolás, porque había oído la fama de la santa vida de fray Junípero, y, atónito y pálido, corrió con el Guardián, y al llegar a fray Junípero le desató de la cola del caballo, y a la vista de todo el pueblo se postró en tierra delante de él, y con mucho llanto reconoció su culpa y le pidió perdón por aquella injuria y villanía que había hecho cometer contra tan santo fraile, y añadió:
-- Yo creo verdaderamente que ya no puede tardar el fin de mi mala vida, por haber maltratado de esta manera sin razón alguna a este tan santo hombre. Y aunque lo hice por ignorancia, permitirá Dios que acabe luego con muerte desastrosa.

Fray Junípero perdonó espontáneamente a Nicolás; pero a los pocos días, por divina permisión, acabó este tirano su vida con muerte muy cruel.
Partió de allí fray Junípero y quedó todo el pueblo bien edificado.
En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

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